lunes, 29 de noviembre de 2010

Comparación de la película y el libro

Estructuralmente, la película y el libro son completamente distintos. En la película se intentó hacer una trama larga, una historia que mantenga los personajes, a diferencia del libro, que eran siempre cuentos cortos.
En la película B. Lillo es un personaje. La historia ocurre como Lillo la habrá visto para inspirarse en sus cuentos. A diferencia que en el libro, la vida de los mineros es presentada de una forma más positiva. Es cierto que se muestra todo el sufrimiento, pero por lo menos con una posibilidad para los mineros de salir de su situación, de alivianar sus penas. Los mineros tienen una vida aparte de la mina, historias no sólo de sufrimiento.
Ambos textos giran en torno a los mismos temas, pero son contados los sucesos y personajes en los que se relacionan, y los personajes y sucesos determinantes del filme no aparecen en los cuentos. Tienen intenciones completamente distintas, el filme intenta mostrar, en parte, la razón de ser de los cuentos, mientras que los cuentos son eso tan solo, cuentos.

Análisis del Libro

El tiempo histórico se sitúa en las épocas pasadas de Chile,cuando las personas debían sobrevivir solo de la minería. Los mineros, a su vez, eran explotados y ganaban poco dinero.

En todos los cuentos está presente un narrador omnisciente.

El libro esta escrito con la intención de mostrar por todo lo que tenían que pasar los pobres mineros para darle de comer a su familia, pero queda todo a la imaginación del lector.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Cañuela y Peteca

El viejo Pedro y su mujer, la anciana Rosalía, abuelos de Cañuela, salieron muy temprano en dirección al pueblo.

Cañuela y Petaca, deciden ir de caceria.  Entretanto, había que ocultar la pólvora. Cañuela propuso que se abriera un hoyo en un rincón del huerto y se la ocultase ahí pero Petaca le dijo que habia que buscar un lugar seco. ¡Enterrémoslo en la ceniza!


¿y si se prende? Pensó. De repente brincó de júbilo. Había encontrado la solución buscada. En un instante ambos chicos apartaron las brasas y cenizas del hogar y cavaron en medio del fogón un agujero de cuarenta centímetros de profundidad, dentro del cual envuelto en un pañuelo de hierbas, colocaron el saquete de pólvora.

Durante los días que precedieron al señalado para la caceria, Cañuela no cesó de pensar en la posibilidad de un estallido.

 Petaca, con el fusil al hombro, sudaba y bufaba bajo el peso del descomunal armatoste. Durante la primera etapa, Cañuela, lleno de ardor , quería que hiciese fuego sobre todo bicho viviente.

Por fin, el descontentadizo cazador vio delante de sí una pieza digna de los honores de un tiro. Una loica macho.A cuatro metros del árbol, se detuvo, y reuniendo todas sus exhaustas fuerzas, se echó la
escopeta a la cara. Pero en el instante en que se aprestaba a tirar del gatillo, Cañuela que lo había seguido sin que él se apercibiera, y le dijo: ¡Espera, que no está cargada, hombre! La loica agitó sus alas y se perdió como una flecha en el horizonte.

¡Si al salir hubiesen cargado el arma! Pero aún era tiempo de reparar omisión tan capital, y poniéndose en pie llamó a Cañuela, para que le ayudara en la grave y delicada operación.¿Qué se colocaba primero?, ¿la pólvora o los guijarros? Petaca, aunque bastante perplejo, se
inclinaba a creer que la pólvora, e iba a resolver la cuestión es este sentido, cuando Cañuela, saliendo de su mutismo, expresó tímidamente la misma idea. Por último un impertérrito chincol tuvo la complacencia, en tanto se alisaba las plumas sobre una rama, de esperar el fin de tan extrañas y
complicadas manipulaciones.  Parece mentira, pensó, que un escopetazo suene tan poco, y su primera mirada fue para el ave y, no viéndola en la rama, lanzó un grito de júbilo y se precipitó adelante, seguro de encontrarla en el suelo, patas arriba. Cañuela, que viera el chincol alejarse tranquilamente, no se atrevió a desengañarle.

Decidieron poner el fusil sobre una hoguera para no llegar con el a su casa y que su abuelo los regañara. Transcurrieron algunos minutos, y ya Petaca iba a acercase nuevamente para añadir más combustible, cuando un estampido formidable, los ensordeció.  Por más que miró no
encontró vestigios del fusil.
Mientras corría, examinaba el terreno, pensando que así como el abuelo había encontrado la caja del arma, él podía muy bien  podía muy bien hallar, a su vez, el cañón o un pedacito siquiera, con el cual se fabricaría un trabuco para hacer salvas y matar pidenes en la laguna.

Cañuela: tenia 9 años y era rubio. Primo de Petaca
Petaca: dos años mayor que su primo Cañuela, de cuerpo bajo y rechoncho es la antítesis de Cañuela, a quien gobierna y maneja con despótica autoridad.

La mano pegada

Por el camino marcha don Paico. Junto a el, pasan a caballo don Simon Antonio y un huaso de la hacienda. Don simon, al ver al viejo le dice: Vamos, aprisa, viejo ladron. Don Paico a cambio de unas monedas, le cuenta a la gente la historia de su mano pegada a la tetilla izquierda. Segun el, mientras jugaba rayuela, su madre lo llamo en varias ocasiones para que le fuera a buscar leña, pero como era un joven adicto al juego no le hacia caso. Su madre enojada le dio un golpe en la espalda y Paico le respondio con un combo con su mano izquierda. Su madre, luego de levantarse del suelo con su rostro ensangrentado lo maldijo y desde entonces Paico tuvo su mano pegada al cuerpo y si trataba de separarla sangraba. Don Simon queria darle un escarmiento por engañar a la gente de esa manera, especialmente porque el habia llegado a tener sus tierras gracias a su trabajo

La mano supuestamente pegada se despego sin dificultad pero la gente lo atribuyo a un milagro.
A continuacion Don Simon lo castigo con prohibirle que volviera nuevamente por esas tierras y lo golpeo con su rebenque y ordeno a sus hombres que le ataran sus brazos a un madero puesto sobre sus hombros y lo dejaran ir. Luego Don simon pregunto a su mayordomo si el comprador de unas vacas suyas se habia dado cuenta si los animales eran de inferior calidad a lo pactado y este le dijo que no, así don Simon con el engaño habia tenido una ganancia mayor
Don Paico: Era un viejo que tenia la mano pegada, mendigo, mentiroso y avaricioso.
Don Simon Antonio: Era el mayordomo de Don Paico

Caza mayor

Con el cuerpo inclinado y el fusil entre las manos temblorosas, el Palomo, un viejecillo pequeño
Y seco como una avellana, a pasos cortos sobre sus piernas vacilantes sigue los rastros que las pisadas de las perdices dejan en la arena.

De pronto se irguió, deteniéndose ante un grupo de espinos y de litres achaparrados: el rastro tan pacientemente seguido terminaba allí: Rodeo el matorral tiró el gatillo: una magnífica perdiz con las plumas medio chamuscadas por el fogonazo ocupó su sitio en el morral vacío.

Terminaba la tarea  cuando el silbido de la perdiz que levanta el vuelo  lo hizo volverse con presteza.Apoyó la culata en el hombro y soltó el tiro.

-¡Quita allá, Napoleón!
Pero ya era tarde: la perdiz a la cual la mira había atravesado el cuello, acababa de desaparecer. El amo del perrazo era el mayordomo de la hacienda, hombre autoritario y brutal que hubiera vengado cruelmente cualquier ofensa hecha a su favorito.

El viejo,  triste sin pensar en el desquite se alejaba con tardo paso de aquel infausto sitio cuando de pronto se detuvo sorprendido. El morral había triplicado su peso. Echó una rápida ojeada por encima del hombro y sus grises ojillos relampaguearon. El dogo, cogiendo delicadamente con los dientes el saco, trataba de desprenderlo del cordón que lo sujetaba.

Exasperado por aquella obstinada persecución tentó un último recurso: dejó caer con disimulo el arma a un lado de la senda y con las manos en los bolsillos, como un desocupado que se pasea para estirar las piernas, siguió andando sin volver la cabeza. El ardid tuvo un éxito decisivo: después de un corto trecho, Napoleón, lanzándose al pasar una mirada de reojo, tomó la delantera; se alejaba al trote con el rabo caído y las orejas gachas, sin mirar atrás.
Recobró el fusil y se internó en un bosquecillo de boldos y arrayanes.

Tras el estampido, apartáronse violentamente las ramas y apareció la cabeza del dogo con las orejas tiesas y rectas. De un salto cayó sobre la perdiz y empezó a triturarla entre sus poderosas mandíbulas.

Agobiado por el calor ascendía penosamente la rápida escarpa para alcanzar la carretera, cuando un súbito tirón lo hizo girar sobre sí mismo y perdiendo el equilibrio vino a tierra con estrépito.
Incorporóse a medias: por el talud descendía gallardamente Napoleón, llevando el morral pendiendo de la boca.

Un estrepitoso aullido contestó a la detonación: el dogo soltó el morral y con los pelos del lomo erizados como púas desapareció entre los matorrales. Creyó haber cometido un enorme crimen y la figura del amo enfurecido se presentó a su imaginación, produciéndole un escalofrío de terror. Dirigió una mirada al llano, y allá lejos percibió al dogo atravesando los arenales.

Juan Fariña

Un hombre subía por el camino en dirección a la mina. Un saco atado con una correa pendía de sus espaldas y su mano derecha empuñaba un grueso bastón, con el que tanteaba el terreno delante de sí.  Pidió lo llevaran a presencia del capataz.
 -Me llamo Juan Fariña, y quiero trabajar en la mina de barretero.
-Quedas aceptado -dijo el capataz, después de un instante de vacilación.Desde aquel día quedó Fariña incorporado al personal de la mina, conquistándose muy luego la reputación de obrero inteligente y valeroso. La diferencia con que era tratado por los jefes y su carácter huraño y retraído le enajenaron las simpatías de sus camaradas.
Durante aquellas quince horas de ruda faena arrancaba del filón un número de vagonetas superior al mínimum reglamentario. Aquello desconcertaba a los más esforzados barreteros, pues en aquel sitio el mineral era duro y consistente y el mejor de ellos jamás había alcanzado un éxito semejante.
Este hecho robusteció en la crédula imaginación de aquellas sencillas gentes la creencia de que Fariña era un ser extraordinario. Contábase de él que sólo iba a la mina a dormir y que un socio cuyo nombre no se atrevían a pronunciar, desprendía de la vena el carbón necesario para completar la tarea del día. Y no era un misterio para nadie que por la noche, cuando quedaba la mina desierta, se oía en la cantera maldita un redoble furioso que no cesaba hasta el alba. Aquel obrero
infatigable, del que se hablaba en voz baja y temerosa, no era sino el Diablo. Dos viejos mineros encargados de vigilar por las noches los corredores de ventilación veían amontonarse el carbón con asombrosa rapidez delante del incógnito y nocturno obrero, cuando de pronto un pedazo arrancado con fuerza del innoble bloque derribó dos trozos de madera de revestimiento apoyados en la pared, los que al caer el uno sobre el otro, formaron por una extraña casualidad una cruz en el húmedo suelo del corredor. Un terrible estallido atronó la bóveda y una ráfaga de aire azotó el rostro de los dos obreros clavados en el sitio por el espanto, desapareciendo súbitamente la infernal visión.

A la mañana siguiente ambos fueron encontrados desvanecidos en el fondo de una galería mal ventilada, y desde ese instante nadie dudó en la mina de que un tenebroso pacto ligaba al borrecido ciego con el espíritu del mal. Sus vecinos en la cantera abandonaron sus labores trasladándose a otro sitio, viéndose obligado Fariña para no abandonar la faena a ser barretero y carretillero a la vez. P or aquel exceso de trabajo su musculoso cuerpo fue perdiendo poco a poco aquel aspecto de fuerza y de vigor.Un decaimiento visible se operaba en él, y los obreros que lo observaban atribuíanlo a que el término del nefando pacto debía de estar próximo. Los mineros veían en aquel ciego un enemigo de su tranquilidad y de la existencia de la mina misma. De un hombre que tenía pacto con el Diablo no podía esperarse nada bueno. -Cuando yo muera, la mina morirá conmigo -había dicho el misterioso ciego. En la semana que precedió a la gran catástrofe, Fariña obtuvo la plaza de vigilante nocturno de aquella sección de la mina donde trabajaba, empleo cuyo desempeño le era relativamente fácil.
Ese paraje había sido siempre objeto de vigilancia especial de parte de los ingenieros. Situado debajo del mar, las filtraciones eran abundantísimas en aquella galería y la amenaza de un hundimiento era una idea que preocupaba a los jefes y operarios desde muchos años atrás. Seis de aquellos pilares estaban perforados a la altura de un metro. Con ayuda de la barrena quitó el ciego la arcilla que disimulaba los agujeros, y con la calma y seguridad del que ejecuta una operación largo tiempo meditada, introdujo en cada uno de ellos un cartucho de dinamita.

Después de un instante se inclinó de nuevo: en su mano derecha brillaba un fósforo encendido y un reguero de chispas recorrió velozmente el suelo.El siniestro personaje retrocedió entonces una
veintena de metros por el camino que había traído, quedándose inmóvil con los brazos cruzados en medio del corredor.

Los trabajadores acudían y se agruUn hombre subía por el camino en dirección a la mina. Era de elevada estatura y por su traje, cubierto por el polvo rojo de la carretera, parecía más bien un campesino que un obrero. Un saco atado con una correa pendía de sus espaldas y su mano derecha empuñaba un grueso
bastón, con el que tanteaba el terreno delante de sí.  Pidió lo llevaran a presencia del capataz.
 -Me llamo Juan Fariña, y quiero trabajar en la mina de barretero -le dijo tranquilamente el ciego.
-Quedas aceptado -dijo el capataz, después de un instante de vacilación-, un ciego que no pide limosna y desea trabajar merece ser bien acogido; puedes empezar cuando gustes.
Desde aquel día quedó Fariña incorporado al personal de la mina, conquistándose muy luego la reputación de obrero inteligente y valeroso. La deferencia con que era tratado por los jefes y su
carácter huraño y retraído le enajenaron las simpatías de sus camaradas, quienes no podían comprender que aquel ciego prefiriese los trabajos y miserias del minero a la vida libre y sin afanes del mendigo. Aquello no era natural y debía encerrar algún misterio.

Durante aquellas quince horas de ruda faena arrancaba del filón un número de vagonetas superior al mínimum reglamentario. Aquello desconcertaba a los más esforzados barreteros, pues en aquel sitio el mineral era duro y consistente y el mejor de ellos jamás había alcanzado un éxito semejante.
Este hecho robusteció en la crédula imaginación de aquellas sencillas gentes la creencia de que Fariña era un ser extraordinario. Contábase de él que sólo iba a la mina a dormir y que un socio cuyo nombre no se atrevían a pronunciar, desprendía de la vena el carbón necesario para completar la tarea del día. Y no era un misterio para nadie que por la noche, cuando quedaba la mina desierta, se oía en la cantera maldita un redoble furioso que no cesaba hasta el alba. Aquel obrero
infatigable, del que se hablaba en voz baja y temerosa, no era sino el Diablo. Dos viejos mineros encargados de vigilar por las noches los corredores de ventilación veían amontonarse el carbón con asombrosa rapidez delante del incógnito y nocturno obrero, cuando de pronto un pedazo arrancado con fuerza del innoble bloque derribó dos trozos de madera de revestimiento apoyados en la pared, los que al caer el uno sobre el otro, formaron por una extraña casualidad una cruz en el húmedo suelo del corredor. Un terrible estallido atronó la bóveda y una ráfaga de aire azotó el rostro de los dos obreros clavados en el sitio por el espanto, desapareciendo súbitamente la infernal visión.

A la mañana siguiente ambos fueron encontrados desvanecidos en el fondo de una galería mal ventilada, y desde ese instante nadie dudó en la mina de que un tenebroso pacto ligaba al borrecido ciego con el espíritu del mal. Sus vecinos en la cantera abandonaron sus labores trasladándose a otro sitio, viéndose obligado Fariña para no abandonar la faena a ser barretero y carretillero a la vez. P or aquel exceso de trabajo su musculoso cuerpo fue perdiendo poco a poco aquel aspecto de fuerza y de vigor.Un decaimiento visible se operaba en él, y los obreros que lo observaban atribuíanlo a que el término del nefando pacto debía de estar próximo. Los mineros veían en aquel ciego un enemigo de su tranquilidad y de la existencia de la mina misma. De un hombre que tenía pacto con el Diablo no podía esperarse nada bueno. -Cuando yo muera, la mina morirá conmigo -había dicho el misterioso ciego. En la semana que precedió a la gran catástrofe, Fariña obtuvo la plaza de vigilante nocturno de aquella sección de la mina donde trabajaba, empleo cuyo desempeño le era relativamente fácil.
Ese paraje había sido siempre objeto de vigilancia especial de parte de los ingenieros. Situado debajo del mar, las filtraciones eran abundantísimas en aquella galería y la amenaza de un hundimiento era una idea que preocupaba a los jefes y operarios desde muchos años atrás. Seis de aquellos pilares estaban perforados a la altura de un metro. Con ayuda de la barrena quitó el ciego la arcilla que disimulaba los agujeros, y con la calma y seguridad del que ejecuta una operación largo tiempo meditada, introdujo en cada uno de ellos un cartucho de dinamita.

Después de un instante se inclinó de nuevo: en su mano derecha brillaba un fósforo encendido y un reguero de chispas recorrió velozmente el suelo.El siniestro personaje retrocedió entonces una
veintena de metros por el camino que había traído, quedándose inmóvil con los brazos cruzados en medio del corredor.

Los trabajadores acudían y se agrupaban consternados en torno del pique, contemplando silenciosos a los ingenieros que por medio de sondajes comprobaban el desastre.El agua de mar llenaba toda la mina y subía por el pozo hasta quedar a cincuenta metros de los bordes de la
excavación.

El nombre de Fariña estaba en todos los labios, y nadie dudó un instante de que fuera el autor de la catástrofepaban consternados en torno del pique, contemplando silenciosos a los ingenieros que por medio de sondajes comprobaban el desastre.El agua de mar llenaba toda la mina y subía por el pozo hasta quedar a cincuenta metros de los bordes de laexcavación.

La compuerta No 12

Un viejo lleva a su hijo a trabajar a la mina y luego de descender se lo presenta al capataz, el capataz le dijo al minero que porque mejor no dejaba que el niño siguiera en la escuela, a lo que el minero le contesto que en su casa eran 6 y solo el trabajaba y necesitaban otras ganancias

Otro minero llevo a Pablo a la compuerta nº 12  en donde reemplazaría a otro niño que había sido aplastado allí el dia anterior. Antes de retirarse el padre de Pablo fue amenazado por el capataz de que lo iba a echar si no cumplía con la meta diaria de 5 cajones de mineral extraído.

El trabajo del niño consistía en abrir una compuerta cada vez que debían pasar los caballos tirando los carros con carbón. Como el niño quería irse su padre lo amarro con un cordel a un poste. El padre luego corrió mientras escuchaba los gritos y llantos de su hijo llamando a su madre.

Pablo: tenia 8 años, era delgado y era hijo de un minero
Padre de Pablo: era ambicioso,malo,pero lo justificaba al ser pobre

Esta en un ambiente psicológico denso.
Y físicamente en una mina